El populismo se monta en sus tormentosas denuncias para demoler las bases de la democracia y luego, desde sus debilitadas estructuras, emprender el ascenso al poder. La mecánica es más que conocida: denunciar las carencias de la gente, jurando que cuando ellos tomen el control de todo, se acabará para siempre la miseria.
Después se constata lo que ocurre: lo que hacen es profundizarla, expandirla y con base a ese proceso de miserialización del pueblo, someterlo para apropiarse del poder con fines hegemónicos y continuado. Por otro lado, surgen tesis que se contraponen a esas andanzas populacheras, como la de promover ciudadanía por intermedio del ascenso social o la llamada movilidad de ese orden, así como la formación de emprendedores que generen riquezas, la consolidación de una democracia con libertad, justicia, oportunidades ciertas de educación, trabajo, vivienda, servicios de salud y seguridad personal.
Vale la pena recordar que lo primero que hizo Hugo Chávez, cuando se impuso electoralmente, éxito que no consiguió por la vía de las armas que uso indebidamente como oficial del Ejército venezolano, fue darse una Constitución a su manera. Pero antes realizó, para abonar el terreno sembrando odios y despertando rencores, una campaña para desprestigiar a las instituciones, comenzando por el Parlamento y el poder judicial. Nada servía, solo él encarnaba la pureza y la verdad. Ya sabemos hasta dónde nos ha traído ese rio de falacias.
Chávez primero y ahora Maduro, usando indecorosamente los estudios de Maquiavelo, han desarrollado entre los hombres una lucha por el poder desprovista de la más elemental consideración ética y principista. Se aferran al libro de esos pensadores, de cualquiera de ellos, desde Mao hasta Lenin, saltan a las ideas de Juan Pablo II, cruzan sus encíclicas con las propuestas de Fidel Castro o las que escribió en su libro verde, Muamar Gadafi, manosean las filosofías de Antonio Gramsci, y la conclusión es que todo lo van degenerando, manipulando, para adulterar la realidad y potenciar sus alegatos demagógicos.
Así avanzan con la idea fija de asaltar los poderes públicos, ya no con los fusiles sino con los votos, los fusiles se repondrán después para someter a la ciudadanía que progresivamente van acorralando en los callejones de la pobreza. Por eso la liquidación de todo mecanismo de producción no es casual ni obedece a la probada incapacidad que los distingue, es parte de una fórmula que conduce a empobrecer a la gente.
Castrándole sus instrumentos para producir bienes, empujándola hacia los precipicios de la ignorancia. Por ejemplo, veamos lo que han hecho de los institutos de educación superior y universidades del país, incluidos los de mi estado Guárico. Obsérvese el estado ruinoso de las miles de fábricas, de los centros agropecuarios, de los silos de Tucupido o de El Sombrero, de los parceleros de Calabozo. Todo es desolación, porque todo obedece a un plan siniestro: empobrecer para someter.
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